domingo, 2 de febrero de 2014

Día Catorce: Quito. Adiós Ecuador

Como a las 15 nos pasaba a buscar Giovanny (lo nombré varias veces, lo que pasa es que es un tipo genial e hizo que nuestra estadía en Quito fuera mucho más llevadera y confiable, si tienen que visitar Quito, les recomiendo enfáticamente que lo llamen o se comuniquen con él, si bien ahora trabaja en traslado de turistas, tiene una experiencia larguísima con turismo, conoce la ciudad, su historia y sus leyendas a la perfección y es, principalmente, honesto con las recomendaciones, lo ubican en los teléfonos celulares 0984 658 452 y 0968 396 203) para llevarnos al aeropuerto, decidimos aprovechar la mañana yendo a un lugar que aún no habíamos visitado, El Panecillo (finalmente no fuimos al teleférico, el cual te sube hasta casi 4000 metros de altura, porque las nubes siempre taparon el horizonte y la idea de subir ahí justamente es ver los volcanes de alrededor de Quito)

Primero tomamos el metro bus, combinamos con el trole y finalmente un taxi hasta El Panecillo, que está sobre una colina que domina toda la ciudad, es una escultura monumental, onda el Cristo de Río, pero de un ángel o una virgen (no nos pusimos de acuerdo, porque si bien decía que era una virgen, tenía alas en la espalda) en la zona del centro histórico. 



Debajo de la monumental estatua está lo que llaman “la Olla”, es una construcción semiesférica que data desde el imperio Inca. Tiene en la parte superior una perforación tapada que sólo se abre en los días de equinoccio, cuando el sol, en esta parte del mundo, la Mitad del Mundo, cae perfectamente vertical y es donde Atahualpa (fue construida para él), el último de los emperadores incas, entraba solo a recibir el poder del dios Sol.

En el camino de vuelta nos encontramos con el parque de Fran...

Nos tomamos otro taxi y, ya casi sin esperanzas porque veníamos preguntando desde el primer día a todo el mundo, le consultamos al chofer si conocía dónde podíamos comer el tradicional postre Tres Leches, un antojo que tenía Caro desde que habíamos bajado del avión en Guayaquil. El hombre (que nos masacró durante todo el viaje con una radio adventista a todo volumen) increíblemente nos dijo que sabía dónde y nos dejó en el restaurante La Ronda, que terminó siendo uno de los lugares más exclusivos y caros de todo Quito. Igual entramos y caraduramente pedimos sólo el postre Tres Leches, ¿algo más? nos preguntaron, nada, nada, ¿y para tomar?, sólo el postre, gracias. Ustedes no saben los precios de esa carta, mamita. Eso sí, el postre Tres Leches fue una verdadera fiesta de los sentidos.

Pegamos la vuelta hacia el departamento, en metro bus, y pasamos por el actual edificio de la UNASUR.

A las 15 Giovanny fue re contra puntual, le devolvimos las llaves a Carmen conteniendo las ganas de hablarle de la heladera y el gas y salimos para el aeropuerto.

Se había acabado nuestro viaje a Ecuador, uno de esos viajes que uno sabe que va a recordar toda la vida y va a ser el parámetro de comparación de las demás vacaciones que vengan por delante. Un viaje iniciático que marcará, sin dudas, la vida de Macarena y de Francisco. Un viaje al paraíso sin el castigo de no poder volver alguna vez.


(Francisco siguió con sus aventuras, primero en el espacio y luego como piloto...)


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