sábado, 8 de febrero de 2014

Día Ocho: Santa Cruz. Por fin las tortugas terrestres

Nuestro último día en Santa Cruz, la más poblada de Galápagos y la que más infraestructura tiene. Y todavía no habíamos salido de la costa...
Como dejaríamos el hotel a las 8 y teníamos que tomar la lancha para la isla San Cristobal a las 14, este fue un día tranquilo. Con un taxi que paramos en la puerta del hotel fuimos hasta el centro de la isla Santa Cruz, a la finca El Chato II.
(Todo Galápagos, tanto las islas como el mar que las rodea, es parte de un Parque Nacional, por ende, toda la fauna y la flora está resguardada y que se mantiene con el canon que te cobran en el mismo aeropuerto, que es de 50 dólares para los del Mercosur. Por eso, salvo que uno contrate excursiones, todas las “atracciones” son gratuitas. O sea, si uno quiere ver tortugas gigantes terrestres no debería págar nada, caminando por la isla sólo es cuestión de encontrarlas. Pero el tema es que, como es lógico, ellas van a ir donde están más cómodas y haya más alimento, que es, lógicamente, en las fincas privadas donde cortan el cesped, plantan flora que las atrae y arman lagunas de barro donde están felices; eso sí, en esas fincas, donde es seguro que vas a ver montones de tortugas, te cobran 5 dólares la entrada)
En el Chato II, que fue la que nos recomendaron el el hotel, porque hay por lo menos tres fincas más en los alrededores, vimos un montón de tortugas terrestres de Galápagos y entramos a un tunel de lava de más de trescientos metros de largo, el que además en un momento se subdivide en dos, uno debajo del otro. Snorkel, trekking y hasta espeleología en un solo viaje, si encima le sumamos que Rubén, nuestro taxista y que además nos acompañó por el recorrido de la finca atendiendo a cada pregunta, era re correista, y nos contó en detalle qué hizo Rafael Correa para su país en los últimos diez años, no tiene precio.






A la salida también conocimos otro tipo de fauna, aunque tenemos la sospecha que no es muy autóctona que digamos...



Volvimos al hotel felices, agarramos las valijas y de vuelta al muelle para la batalla de subir a la lancha. Esta vez tuvimos que hacernos cargo nosotros mismos tanto de pelear un lugar en la lista (no había nadie de la agencia donde compramos los boletos el día anterior), como de subir a pulso las pesadas valijas, haciendo equilibrio con un pie en el pontón y otro en el aguataxi mientras el “taxista” nos miraba sentado con la mano en el timón; eso sí, en mitad del viaje hasta la lancha dijo que le faltaba cobrar 50 centavos de alguien y paró el motor y no lo encendió hasta que alguien (nunca sabremos si el que faltaba efectivamente o alguien que se cansó de la situación) pagó los 50 centavos faltantes. La cosa es que, después de más de dos horas, llegamos a San Cristobal. Ahí, increíblemente la lancha nos dejó directamente en el muelle, donde tampoco nos cobraron uso del mismo, ¡aleluya!
En el muelle mismo nos estaba esperando Nathaly, la dueña del hospedaje, que nos llevó en taxi hasta el hotel. Acomodamos las cosas y salimos para el centro para confirmar el tour de buceo de mañana, paseamos, fuimos a comer a “El Descanso Marinero” donde nos dijeron que tenían las mejores canchalaguas al ajillo (una especie de almejas) pero la verdad quer no nos terminaron de convencer y la atención tampoco fue la mejor, pero no le dimos mucha importancia y nos fuimos a dormir.



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