Nos despertamos sabiendo que ese día
por fin íbamos a cumplir un sueño que comenzamos a construir hacía
más de un año, pisar las islas que inspiraron a Darwin la teoría
que cambiaría al mundo. Lo que no habíamos tenido en cuenta es que
el viaje que nos esperaba era tan extenso que hasta podríamos
evolucionar en el proceso.
Salimos a las 7 de la mañana del
hotel, nos tomamos una combi al aeropuerto (habíamos leído que el
trámite para revisar las valijas y pagar el ingreso a las islas era
una locura y que debíamos llegar con tres horas de anticipación,
pero deben haber mejorado las condiciones, porque hicimos el check in
en cinco minutos, controlaron las valijas y pagamos el acceso en
otros cinco) y esperamos dos horas que saliera el avión a Baltra.
Baltra es una pequeña isla junto a la principal de Santa Cruz, en
ella sólo está el aeropuerto (donde antes había estado una base
militar estadounidense), o sea, uno no viaja a Galápagos a conocer
Baltra, sólo se llega a ella porque ahí está el aeropuerto, de
ahí las aerolíneas ponen un micro al puerto (se puede tomar
cualquiera porque no controlan los tickets al subir), en el puerto
tomamos un lancha que te cruza el canal hasta la isla de Santa Cruz
por 60 centavos cada uno, después otro colectivo, por dos dólares
cada pasaje, hasta Puerto Ayoras. Más tarde conoceríamos las calles
de Ayoras, pero cuando el colectivo dijo que nos bajáramos, no
sabíamos dónde estábamos parados y apenas teníamos menos de una
hora para sacar un pasaje hasta Isabela. Pero los galapagueños saben
que uno llega en esas condiciones, y nos agarró un tipo macanudo que
nos dijo que él nos resolvía el problema, nos guió hasta su
agencia de viajes y ahí nos vendió los cuatro pasajes ida y vuelta
al Puerto Villamil (los compramos porque el precio era el mismo que
habíamos leído en todos los blogs, 30 dólares por cada uno, y Fran
20, aunque después supimos que los menores de edad pagan el 50%, por
lo que el bueno de Michel se hizo de 10 dólares además de su
comisión). Su asistente Coqui, nos acompañó hasta la lancha (se
quiso borrar un par de veces, pero lo agarré del cogote, si llegan a
viajar a Galápagos no permitan que los dejen solos en el muelle
esperando la lancha, por más que tengan el ticket en la mano, si nos
llevamos un mal recuerdo de las islas, el único fue el de los
traslados entre las mismas. La desorganización es apoteótica, no
hay carteles ni indicaciones, uno tiene que estar adivinando quién
es el capitán de la lancha en la cual uno está anotado, chequear
que esté en la lista del capitán que de repente aparrece en el
muelle y empieza a tomar lista, subir a un aguataxi, porque las
lanchas no pueden acceder al muelle directamente, pagar 50 centavos
por pasajero y recién ahí subir a la lancha. También echarle un
ojo constante a las valijas, porque las van poniendo en la popa del
taxi sin demasiado cuidado de que no caigan al agua, cuando directamente no tiene que ser uno el que las acomode lo mejor que se
pueda en el taxi). Una vez en la bendita lancha, fueron dos horas y
media de suplicio hasta el puerto de Villamil en la isla Isabela.
Otra vez el proceso de los aguataxi hasta el muelle, pero ahí el
pasaje es de un dólar por persona (encima vimos cómo la lancha, una
vez que nosotros habíamos subido al taxi, se acercaba al mismo
muelle para descargar nuestras valijas), pagar otros cinco dólares
por persona por uso de muelle (como éramos del Mercosur no sé que
cuenta rara hicieron y terminamos pagando 12 dólares los cuatro).
Afortunadamente nos estaba esperando Pablo, el dueño de una agencia
de turismo de la isla que había contactado Michel desde Ayoras,
quien nos llevó en su camioneta hasta el hotel sin cobrarnos un
peso, sólo a cambio de que visitáramos sin compromiso su local para
las excursiones en la isla.
Llegamos a La Gran Tortuga a las 17,
diez horas después de haber salido del hotel de Guayaquil.
Eso sí, tardamos 5 minutos en ponernos
las patas y tirarnos al agua. No vimos nada, por no preguntar
elegimos la playa con menos fauna de todo Galápagos, pero al menos
estrenamos los trajes de neoprene y nos bautizamos en el Pacífico.
Lo visitamos a Pablo Constante, que terminó siendo un tipo
fenomenal, completamente recomendable para cualquier tipo de
excursión o buceo en Isabela, y quien fue nuestro guía en los días
que estuvimos en la isla. Ya sabíamos más o menos lo que queríamos
hacer en Isabela, conocer el Muro de las Lágrimas, hacer snorkel en
“Los Túneles”, ir a “Las Tintoreras” y visitar el Volcán
Sierra Negra. Pablo nos dijo que para el Volcán, con las últimas
lluvias, el camino estaba bastante complicado y con Francisco no iba
a ser muy feliz y que en las Tintoreras, con la temperatura del agua
no íbamos a ver, justamente, tintoreras, que son los tiburones
típicos de la zona. Así que contratamos solamente el tour de
snorkel en Las Túneles, que nos costó 70 dólares y Fran fue
gratis.
Buscamos un restaurante sencillo,
porque los que nos habían recomendado estaban bastante saladitos y
nos metimos en uno chiquito frente a la plaza, donde finalmente sería
nuestro sitio fijo para cenar todas las noches (tenían un menú para almuerzo o cena de 5 dólares).
Las islas Galápagos fueron descubiertas por azar el 10 de marzo de 1535, cuando el religioso dominico Fray Tomás de Berlanga, entonces obispo de Panamá, se dirigía al Perú en cumplimiento de un encargo del monarca español, Carlos V, para arbitrar en una disputa entre Francisco Pizarro y sus subordinados luego de la conquista del imperio Inca
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