Desde que decidimos ir con la familia a
Galápagos, Caro insistió que yo no podía dejar de bucear ahí.
Hacía más de siete años que no bajaba, así que durante meses nos
entrenamos todos con el snorkel en la pileta y yo hice el curso de
Review de PADI, además empezamos a averiguar sobre operadoras de
buceo en las islas. Hay un montón, sólo en San Cristobal debe haber
más de treinta o cuarenta agencias...
Al final nos decidimos por Los Mantas y realmente fue un hallazgo, porque no sólo respetaron precios, reservas y equipos pactados sino que la onda de Daniel Mera y su mujer Daniela fueron las mejores, además de ser uno de esos tipos que no sólo bucean porque saben y pueden, sino que aman lo que hacen y lo comparten.
Al final nos decidimos por Los Mantas y realmente fue un hallazgo, porque no sólo respetaron precios, reservas y equipos pactados sino que la onda de Daniel Mera y su mujer Daniela fueron las mejores, además de ser uno de esos tipos que no sólo bucean porque saben y pueden, sino que aman lo que hacen y lo comparten.
Bueno, la cosa es que salimos a las 8
del muelle, en dos lanchas separadas por cuestiones de organización,
yo en la Sea Hand para mi tour de buceo y Caro con los chicos en otra
para su tour de snorkel, ambos en León Dormido (también conocido
como Kicker Rock)
Les cuento lo que yo viví. Primero
probamos los equipos frente a la Isla de los lobos (y desde ahí vi
por primera y única vez a una fragata macho desplegando el pecho
rojo en la pose de postal típica de Galápagos y también a una
iguana rosada, demás está decir que no había llevado la cámara,
jeh), después bajamos por primera vez en Cerro Brujo.
En Cerro Brujo estuvimos 40 minutos a
20 metros de profundidad, donde vimos un par de rayas y varios peces,
no mucho más, personalmente cualquier buceo, a menos que la haya pasado mal por algo en particular, es un buen buceo, el sólo hecho
de bajar y disfrutar del fondo marino para mí es un placer. Pero los
dos texanos que nos acompañaban no pensaban lo mismo y salieron
desilusionados y medio cabreados. Uno sabe, viviendo en una ciudad
que tiene un contacto constante con la fauna, que los bichos no
trabajan bajo un horario y los avistajes están regidos por la
naturaleza y no el hombre, así que si no había muchos animales no
es culpa de nadie, pero igual Daniel también se puso mal y nos
prometió que si el segundo buceo en León Dormido no nos gustaba,
nos devolvía el importe abonado, por supuesto que no tuvo que
hacerlo.
Salimos, almorzamos en la playa,
hicimos snorkel y después partimos para Kicker Rock.
León Dormido es una formación rocosa
de unos ciento cincuenta metros de altura dividido en dos islotes, uno
mayor acompañado de una especie de peñazco que forma un canal de
unos veinte metros de ancho por otros cien de largo, transformándose
en una especie de avenida de peces, un lugar increíble y perfecto
para nadar y observar fauna marina.
Estuvimos ¡51 minutos!, yo me consumí
completamente mi tanque y más de la mitad de el auxiliar que había
llevado Daniel (No pude regular el oxigeno, me fue imposible con
tanta adrenalina y tantas cosas para ver, subí, baje, di vueltas...)
Entre otras miles de cosas vimos a un lobo cazando justo enfrente
nuestro, que se cruzó en su zambullida con un tiburón de Galápagos
y empezaron a pelearse por la misma presa. Dos tortugas durmiendo,
otra nadando mientras nos miraba, una raya águila, una pared de peces
ojones rayados, diez tiburones que nos rodeaban...
Al primero no sabes que hacer, te
quedás quieto derivando y mirándolo hipnotizado, ya después te
generan una ambigua sensación de querer que se vayan y que se
acerquen más al mismo tiempo.
Y cuando uno pensaba que ya había
visto todo, apareció a apenas un par de metros un tiburón martillo
de unos tres metros que nos pasó al lado como si no existiéramos.
¡Guauuuuuuu!
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